Skip to main content

África no es sinónimo de pobreza, ni de guerra, ni de enfermedad. África no es un continente “sin desarrollo”, ni una “tierra por descubrir”. Pero durante siglos, esa ha sido la imagen dominante: una narrativa fabricada desde fuera, cargada de estereotipos, silencios y medias verdades.
Esa historia tiene que cambiar.
Las nuevas generaciones afrodescendientes están tomando el micrófono, abriendo libros, creando contenido, escribiendo poemas, grabando podcasts, liderando movimientos sociales. Están contando su propia versión de los hechos, y en ese proceso, están resignificando qué significa África.
Resignificar es cuestionar. Es mirar de frente lo aprendido y atreverse a decir: esto no me representa. Es reconocer que muchas veces el relato colonial no solo ha sido violento en su origen, sino también en su permanencia. Porque sigue vivo. En los medios de comunicación, en las aulas, en las conversaciones de ascensor, en las campañas publicitarias. Y sigue generando heridas.
Resignificar también es sanar. Para muchas personas afrodescendientes nacidas o criadas fuera del continente, el vínculo con África ha estado marcado por la distancia, la vergüenza o la confusión. La idea de origen se convierte en un terreno movedizo. ¿Qué significa “volver a las raíces” cuando esas raíces han sido negadas, deformadas o silenciadas?
En ese contexto, mirar hacia África desde el orgullo y no desde el dolor es un acto de rebeldía. No porque se ignore lo que duele, sino porque se elige ver también lo que brilla: la historia milenaria, la filosofía, la creatividad, la resiliencia, los aportes civilizatorios, las lenguas vivas, los tejidos, las músicas, las danzas, los pueblos en movimiento.
Resignificar es poner el foco en las narrativas que han sido desplazadas. Es hablar de reinos y matemáticas, de astronomía y espiritualidad, de feminismos africanos, de luchas anticoloniales, de ecologías comunitarias. Es dejar de ver el continente como receptor de ayuda y empezar a verlo como generador de pensamiento. No como el “sur global” que espera soluciones, sino como un centro cultural, político y espiritual que ya las tiene.
En esta resignificación, la mirada afrodescendiente es clave. Porque habitar identidades atravesadas por la diáspora implica reconstruirse constantemente. No hay una única forma de ser afro, no hay un único relato de pertenencia. Hay multiplicidad, y en esa diversidad también hay fuerza.
Durante años, la representación ha sido uno de los grandes campos de batalla. ¿Cuántas veces las personas negras han sido representadas solo desde el sufrimiento? ¿Cuántas veces se ha hablado de África solo en clave de desastre? ¿Cuántas veces se ha utilizado el “ellos” y no el “nosotras/os”?
Cambiar el relato es empezar a decir “nosotros” con voz firme. Es dejar de pedir permiso para existir. Es hacer espacio. Es ocuparlo. Es generar contenido propio: desde la estética afro hasta el conocimiento producido en clave decolonial. Es crear referentes nuevos y visibilizar los que siempre han estado, aunque se les haya intentado borrar.
Resignificar África es también una estrategia frente al racismo. Porque cuando se deshumaniza a todo un continente, se facilita la exclusión de sus descendientes. Lo vemos en las fronteras, en los cuerpos que no importan, en los discursos que criminalizan la migración, en las oportunidades que se niegan. Frente a eso, recuperar la dignidad del origen es una forma de resistir.
Pero no basta con el orgullo. Hace falta también análisis, estudio, memoria histórica, pensamiento crítico. Hace falta hablar de colonización, de esclavitud, de expolio, de resistencias africanas, de neocolonialismo, de la deuda climática, de cómo se construyen las jerarquías globales. Nombrar lo que ha pasado para comprender lo que pasa. Porque resignificar no es solo embellecer el relato, es desarmar la mentira.
Y sin embargo, también hay lugar para la alegría. La alegría como derecho, como celebración del ser, como forma de existencia política. Porque África no solo ha sobrevivido, también ha creado mundos. Y esos mundos siguen latiendo en cada lengua materna que resiste, en cada peinado trenzado con historia, en cada ritmo que mueve la cadera y el alma.
Resignificar África es, en definitiva, una tarea colectiva. Un proceso en el que la juventud afrodescendiente está marcando el paso, pero al que todas y todos estamos llamados. Porque cambiar la mirada sobre África no es solo un asunto afro, es una cuestión de justicia global. Es reconocer que el mundo no puede seguir pensándose desde una única voz, una única historia, una única geografía del poder.
Y tal vez por eso, resignificar es también imaginar. Imaginar cómo sería el mundo si África hubiese sido narrada con respeto desde el inicio. Imaginar lo que puede ser ahora, si empezamos a escuchar, aprender, compartir y crear desde otra ética. Imaginar futuros donde la palabra “África” no despierte compasión ni prejuicio, sino admiración, reconocimiento y vínculo.
Las historias tienen poder. Lo supieron quienes las usaron para colonizar. Lo saben ahora quienes las usan para sanar.
Contemos otras historias.

Leave a Reply